Kamil Stoch, hace pocos días medallista olímpico en Sochi
(Rusia). Después de colgarse el oro, se supo que pocas horas antes de su salto
en la final estaba ardiendo en fiebre y no se sabía si se haría presente. Nada,
saltó y aterrizó en el podio haciendo sonar el Himno de Polonia en pleno
territorio ruso.
Justyna Kowalczyk, fondista cross country esquí. Vi una
entrevista en la que se le preguntaba si no sentía presión porque todos
esperaban una medalla olímpica de ella y una lesión que tenía se lo iba a poner
complicado. Ella sonrió y respondió “La
lesión es parte de mi privacidad, he entrenado con este dolor 3 semanas. Vine
por una medalla y voy a luchar por tenerla”. Hoy con una fractura en el pie
corrió, según ella misma, los 10 KM más difíciles de su vida. Fue oro y gracias
a ella hoy el himno de Polonia, de nuevo fue escuchado por los rusos.
Mientras tanto, recordaba como hace pocos días leía un
artículo en el que Carlos Vela, un excelente jugador mexicano, escribía una de
las más épicas páginas del realismo mágico que yo recuerde, al decir que no
estaba al 100% “emocionalmente” para representar a su país en el mundial de
fútbol (caramba, yo lo veo jugar cada semana en la liga española!)
Concluí entonces que la pequeña diferencia entre alguien
bueno y un ganador, se llama mentalidad.
Amo a Colombia, amo a México, pero hoy de cierta forma me
sentí orgulloso del país que ahora me abraza, del blanco y rojo, del himno, de
esa parte de este país que hará parte de la formación de mis hijos. En realidad
por ellos, para ellos es que escribo este post... como compromiso, asumiendo mi
responsabilidad de ser el puente entre ese “realismo mágico” que es
Latino-américa y esa “mentalidad” que es Europa, (aclaro que es mi percepción
muy personal). Mi compromiso de enseñarles que en la alegría puede haber
disciplina; que se puede saludar de abrazo y beso, pero también se debe
respetar el espacio ajeno; alimentar la intuición que dice cuáles reglas se pueden
romper y cuáles no se deben; que sacrificarse por una meta no quiere decir que
no se pueda andar por el mundo repartiendo sonrisas. Enseñarles que un país no
es mejor o peor que otro... que simplemente son diferentes. Es mi
responsabilidad y compromiso tratar de darles ese balance entre mis raíces y
las de ellos, entre mi jugar en la calle con canicas y su jugar con iPads,
entre mi crecer en carnavales y su crecer con reglas. Sé que es un escenario de
esos que se antoja más de un ideal que de una realidad, sé que puede verse como
una meta paternal inalcanzable, sé que puede ser difícil. Mi papá algún día me
dijo “por soñar no cobran”, por eso asumo el compromiso, por eso me atrevo a
soñar logrando ese balance. Sueño, no me da miedo, al fin y al cabo no es la
primera vez que lo hago.
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